FILOSOFÍA PARA UNA VIDA PEOR, MELANCOLÍA Y PESIMISMOS VARIOS
Dividido en ocho capítulos, el autor nos introduce en su tesis con una mirada retrospectiva hacia todos los acontecimientos catastróficos del siglo XX, que no son pocos. Ante este panorama, se refiere a la autoayuda como una «anomalía histórica», ya que nos encontramos ante una apabullante cantidad de libros de psicología barata que nos hacen creer que existen fuerzas superiores que, bien utilizadas, nos llevarán hacia una vida plena y satisfactoria. En este punto, abriendo un breve paréntesis, me gustaría señalar que, por suerte, también se están publicando otros libros, quizás menos aclamados, que se apoyan en la ciencia e intentan divulgar una autoayuda más creíble, más humana quizás, sin recurrir a supuestas energías ni demás patrañas sobrenaturales.
Como decíamos, ante un siglo XX lleno de tragedias, sería cuanto menos curioso intentar aplicar toda la «sabiduría» de este tipo de literatura en situaciones realmente límite como las que vivieron los hombres y mujeres a los que se refiere Oriol a lo largo de la obra. Yo ya lo dije en su momento a los que me aseguraron en el pasado que la autoayuda les servía: «Te sirve porque no tienes ni idea de lo que es pasarlo realmente mal». Parece que Oriol y yo hemos llegado a conclusiones parecidas. Y ni siquiera me refería, como en este libro, a vivir situaciones extremas como el exterminio en los campos de concentración nazis o una guerra, sino simplemente, por llevármelo al terreno personal, una depresión, por ejemplo. Salvo honrosas excepciones (a las que no me atrevería a clasificar como autoayuda, al menos no del tipo de la que aquí se habla), difícilmente un libro clásico de esta calaña podría ni acercarse a aliviar el sufrimiento que tal trastorno supone.
Dice el autor: «Y aunque, por el título, podría parecer que en este libro se pretende alimentar el pesimismo, lo cierto es que lo que se ha intentado es simplemente investigar ciertos autores y exponerlos». Efectivamente, Oriol analiza el recorrido vital y filosófico de una serie de autores del siglo XX y nos ofrece una síntesis con sus principales ideas.
Justine, la protagonista, con su tranquila actitud al final de la película ante la inminente destrucción del planeta Tierra, parece representar a esas personas que han comprendido que la muerte es lo único seguro. «Por no querer morir se encuentra el pesimista anclado en la procrastinación, el tedio y la incapacidad de una acción efectiva», nos dice Oriol refiriéndose a las ideas heideggerianas. Y es que Justine, desde el comienzo de la película, se nos presenta como alguien que se ha dado cuenta de la inutilidad de todo proyecto, al contrario que los demás invitados de su boda, situación social que representaría lo que Heidegger llama «medianía».
Dice Oriol:
Es como si la medianía, ese ámbito en el que existimos cotidianamente, llevara a cabo una nivelación de todas las posibilidades del ser. Vivir en el uno y en la medianía nos produce una especie de tarifa plana existencia. Al final, todo es lo mismo porque toda intensidad acaba disolviéndose, seguramente porque todo se ha hecho, quizás de manera inconsciente, de cara a la galería. Uno termina los estudios, encuentra trabajo, se enamora, pide una hipoteca y se casa; tiene un par de hijos, entierra a sus padres; le es infiel a su mujer (o le es fiel) y se divorcia (o no); trabaja largos años, se jubila y muere. En realidad, todo son posibilidades a mano que dan lo mismo.
Lo social, al final, hace que todos nos igualemos (para Heidegger, lo personal y lo colectivo no se distinguen). Vivimos en constante acción persiguiendo objetivos sin ser conscientes de que al final la única certeza es que vamos a morir, porque cuanta más certeza tengamos de ello, más nos paralizaremos. El autor de Filosofía para una vida peor ya nos contaba en un capítulo anterior cómo los presos de los campos de concentración nazis evitaban pensar en la muerte, aunque estuviera siempre presente, para vivir en constante acción y poder sobrevivir.
Sin embargo, como me dijo un amigo hace poco, la conciencia de la muerte no tiene por qué ser motivo de inacción, sino que puede ocurrir todo lo contrario: que intentemos apurar la vida todo lo posible siendo conscientes de que tiene un fin. Supongo que es el camino intermedio entre la inacción ante lo abrumador de la nada y una vida inconsciente en búsqueda constante y desenfrenada de objetivos para acallar esa voz que nos susurra que somos seres-para-la-muerte.
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